viernes, 9 de febrero de 2018

Me vi pálido escuchando los gorriones.

Quisiera acabar hoy mismo con la palidez de mi piel
con esa nieve desempleada de ahí fuera,
reclamo una tormenta solar antes que la hibernación
levantar antorchas antes que refugios, sus refugios.

De nuevo tengo el pelo casi tan largo como las representaciones de Jesucristo
y estoy cansado de leer poesía sobre los pájaros que habitan los estómagos
cuando ahí fuera los buitres nos esperan
pero las editoriales son actores con su propia agenda espectáculo,
quizás por esto mi pelo sea más canoso que el de las representaciones de Jesucristo;

siento no tener referentes femeninos
sobre todo lo que sea que sea eso que tiene la Duras con el amor
quizás hoy en día sea una obligación pedir disculpas
pero la lista sería tan larga que entre delitos morales y judiciales no acabaría esta cosa
en la que miento y me veo intrincado
porque McCullers sí que significa algo para mí
más que Hemingway o Faulkner
-ya que me obligan a justificarme-
sólo que hoy no dormí lo suficiente
y estoy cansado del invierno
y de verme pálido, desempleado
cuando podría haber sido un funcionario bronceado
de los que se permiten el lujo de las lecciones,

pero queda el consuelo de que aún no tengo la edad de Pavese
y que las tijeras siempre están en el cajón
que el mar aunque crezca de nivel no se moverá de sitio
para recibirnos en el largo verano que viene por delante
a los pobres que se encontraron con las puertas del silo abiertas
porque dentro ya no quedaba nada
la nada que no quisisteis defender preocupados en vuestros asuntos que os daban de comer
gorriones comiendo del mismo estómago burgués al que no os atrevíais golpear
satisfechos con sus migajas y sus versos.



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