miércoles, 18 de septiembre de 2013

Una tarde en Perlora



                                

 En los últimos tres años no hemos podido compartir más de una tarde. Ella en el embarcadero del Mekong, en un callejón, yo en mi paseo de los Tristes, en el sur en el centro en el este, en el norte. Entramos en una infancia que no hemos compartido, con su diferencia en el tiempo, en el espacio. Pero aún así vivimos juntos una regresión. Una regresión en amarillo y verde.
Y sentimos que un lugar destinado para las vacaciones de trabajadores con pocos recursos tiene algo de mágico a pesar del estilo americano años cincuenta predominando sobre los hórreos.
Nos sentamos en el bar. Que está por encima de la playa en una especie de acantilado domesticado. Me enseña un libro de George Orwell en Catalonia durante la Guerra Civil. Es un regalo de su último amante, Irlandés, que ha dejado en el Sudeste Asiático. Sí, los irlandeses beben tanto como creemos. Tienen un romanticismo especial. Otros un catolicismo especial. Otros como Orwell unas ideas especiales.
El sonido del mar nos lleva esquivando palabras, evitando juicios, sentencias. Hay espacios y momentos que dibujan una sincera distancia. En la que el amor se hace frío para algunos aunque sincero y respetuoso para otros. Sorprendentemente el sol del Norte se hace presente en nuestros cuerpos. Dejamos las botellas de cervezas vacías y bajamos a la arena. Desvestidos. A pesar del frío del Cantábrico que te hace creer que romperá tus huesos nos atrevemos a bañarnos en él. Porque atreverse es una cuestión.  Y al rato, la única opción. 





Para Cova, Julio de 2013, al Norte. 

1 comentario:

  1. Pero... quiero saber más de esta historia, dime que continuará con otro capítulo. Me gusta mucho. Me transmite mucha dulzura, cariño, timidez,nostalgia...

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