lunes, 12 de mayo de 2014

El Criminal


Podrían ser las calles de Tánger. Las sucias calles de Tánger. Las oscuras calles de Tánger. Aunque se empeñen en el parentesco no existe el lazo. Un criminal no regatea. Coge lo que necesita. Lo expropia, políticamente, lo roba moralmente. El opio es una cama. Un armario para las pistolas. El criminal esconde su piel bajo el negro. Sus ojos no son más que una cristalera de confusión interna. Las empuñaduras también hacen callos. Pequeñas marcas de trabajo y muerte. La calina es la anunciación después de la flama. El criminal olvida. El criminal fue un hombre. El criminal ahora es un personaje. Un extraño por las calles de Tánger. Las sucias calles de Tánger. Las oscuras calles de Tánger dónde no hay criminales, sólo cuerpos perdidos. Llenos de un amenazante miedo. A la verdadera Diosa Sombra y sus hijas. Y no al falso profeta. El criminal suda y huele la hierbabuena de los cafés. Por un instante ve la imagen de por qué está ahí. De qué huye. De qué país. De qué Estado. De qué hombres o personas. En las sucias calles de Tánger que siguen ahí fuera. Las oscuras calles de Tánger. Con sus brazos y sus caderas. Con sus almendras y sus lenguas que no son más que un sueño pegajoso donde la palabra habibi es la última calada de una pipa. Y el cuerpo del criminal se convierte en una piedra roja bajo el negro. Un cuerpo seco sin olor.  



Tatuajes de Criminales y prostitutas, Errata Nature. 

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