Una mañana miré al
Sol directamente. Mis ojos se cegaron. Una costra dura e ingrata
cubrió mis ojos. Durante algunos años este fue mi rostro. Un rostro
duro e inerte. Una mañana miré al Sol directamente. La costra de
mis ojos se deshizo. Y ya no estaba enfermo de dialéctica. Y ya no
estaba enfermo de fonética. Habitaba en el silencioso vacío de la
nada, la nada llena de comienzo y fin. Con mi cuerpo recitando pausa.
Mis ojos se abrieron para sonreír sólo a los animales que sabían
que lo eran. Para no mirar la no vida. Del enfermo vivo. Del enfermo
muerto. Mis ojos se abrieron y os vieron. Caminar entre vosotros,
rodeados. Y ahora miro al Sol directamente. Destruyéndome.
Alimentándome. Directamente.
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