En la hora de nuestra hora. Anunciada
por el gallo. Buscar mi hálito en el espejo como única prueba.
Vosotros que habéis acompañado a un hombre ahogado. Vosotros que os
habéis jactado de invitaciones. De invitaciones a siestas de dolor.
A noches eternas ahogadas. Sudorosas. En las que chocamos con porosos
cuerpos negros. Traed al ermitaño que me tenía en sus sueños.
Traedlo a mi lecho de muerte y semen para tener la gran charla. Ahora
que no tengo nada que temer ante sus reproches. Reproches del
espectro oscuro y la llama ancestral. Traedlo y dejar que mire mi
rostro. Que huela mis llagas. Aguantad la risa ante su compasión si
queréis. Pero abridle paso y dejad que coja mis manos si así lo
desea. Que presuma con falsa modestia de su concha, si así también
lo desea. Dejad que sea él quien tanto tiempo ha estado esperando
este momento diga las últimas palabras. En la hora de nuestra hora.
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