En una de la calle Escudellers. Sitiada
de chulos. De paquistaníes o Indios. De Yonquis. Con el olor del
primer orín. De la saliva seca. Asfixiado por la humedad. Que me
seca por dentro. Los pasos fuera de la habitación son un ritual.
Entran en mi cabeza como tambores golpeados por huesos. Las
prostitutas gritan como brujas. Todo es sucio en la habitación. Los
desconchones de la pared muestran las caras de la muerte y el tiempo.
Todo es sucio. Yo soy lo más sucio a cualquier hora del día. Con
esta piel grisácea llena de humo. Que se extiende sobre su propia
caída. Oyendo el sonido de los huesos rotos con los que trabajarán
mi cuero después de caer bajo el hacha del primer hueso. No quiero
una caja cualquiera, quiero un sarcófago. En el que salir de esta
habitación. En una procesión de fluidos y chismes. De no nacidos.
Pringosos. Una procesión eterna. Que sólo es una pensión más.
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