Todos sabemos qué ocurre en Palestina.
Todos los Estados. Todas las organizaciones. Todas las televisiones.
Todos los políticos. Todos. Al igual que todos sabemos qué les pasó
a los judíos en Alemania. Es una pregunta recurrente sobre el tema.
¿Cómo son capaces de hacer algo así después de lo que les
hicieron a ellos? Es una especia de karma a la inversa. Ahora el
Estado de Israel tiene los bolsillos llenos de fósforo blanco. Y lo
desperdiga sobre Gaza como si Gaza fuera una gran cámara de gas. Que
Israel sea capaz de hacer lo que lleva haciendo décadas en Palestina
es como un español exterminando a un americano. Después de matar
sus cuerpos y sus mentes, matar su ciencia, matar sus dioses para
darles este estúpido Dios, que no es más inteligente que ningún
otro, sino igual de estúpido, con hijo o sin hijo, igual de estúpido
e irreal que Alá; ¿cómo podemos si quiera pensar en asesinar de
ninguna manera a un solo americano? En este caso existe una especie
de karma controlado con algunas excepciones de añejo prado
castellano. Pero el de Israel, este karma descontrolado invertido. Es
como si realmente los Nazis hubieran gaseado a los sionistas con sus
propias células. Muchos murieron, otros han generado un pueblo
judío genocida a través de su ADN. O quizás, este genocidio
sionista no es más que la consecuencia dentro del sistema
globalizado actual de la consecuente evolución de esa fama histórica
de comerciantes sin escrúpulos. Y Palestina tiene que ser su templo
de oro. Sin importarle los huesos y la sangre.
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